2016-06-10

La libertad de expresión, atacada


Esta es una traducción no oficial (y seguramente imperfecta) del artículo "free speech under attack" de The Economist. Si puedes, mejor léelo en su versión original.

Los límites a la libertad de expresión se están intensificando, es hora de manifestarnos.

En cierto sentido, esta es una época dorada para la libertad de expresión. Tu móvil puede contactar con periódicos del otro lado del mundo en segundos. Más de mil millones de tweets, publicaciones en Facebook y actualizaciones de blogs se publican cada día. Cualquiera con acceso a internet puede ser un editor y cualquiera que pueda entrar en la Wikipedia accede a un paraíso digital donde la primera enmienda americana es soberana.

Sin embargo hay guardianes que informan de que manifestarse se está volviendo más peligroso - y tienen razón. Como muestra nuestro informe los límites a la libertad de expresión han aumentado. Sin la libre competencia de ideas el mundo se vuelve tímido e ignorante.

La libertad de expresión está siendo atacada de tres formas. Primero, la represión gubernamental se ha incrementado. Varios países han reinstaurado controles procedentes de la guerra fría o han implantado otros nuevos. Después del colapso de la Unión Soviética, Rusia disfrutó de un período de libres e intensos debates. Bajo el gobierno de Vladimir Putin la mordaza se ha intensificado de nuevo. Todos los canales televisivos de noticias están ahora controlados por el estado o por los secuaces de Putin. A los periodistas que hace preguntas incómodas ya no se les envía a campos de trabajo, pero varios han sido asesinados.

El líder chino, Xi Jinping, emprendió una represión tras su llegada al poder en 2012 reforzando la censura de las redes sociales, arrestando cientos de disidentes y reemplazando el debate liberal en las universidades con Marxismo extra. En Oriente Medio el derrocamiento de déspotas durante la primavera árabe permitió a la gente hablar libremente por primera vez en generaciones. Esto ha durado en Túnez, pero Siria y Libia son más peligrosos para los periodistas de lo que lo eran antes de los levantamientos; y Egipto está gobernado por un hombre que dice, sin inmutarse, "no escuchéis a nadie más que a mí".

Palabras, palos y piedras

En segundo lugar, un preocupante número de actores no gubernamentales están aplicando la censura mediante el homicidio. Reporteros en México que investigan crímenes o corrupción a menudo son asesinados, en ocasiones tras ser torturados. Los Yihadistas sacrifican a aquellos que a su juicio han insultado su fé. Cuando los autores y artistas dicen cualquier cosa que pueda ser considerada irrespetuosa con el Islam, están poniéndose en riesgo. Los blogueros laicos de Bangladesh son atacados a machetazos en la calle (ver artículo). Dibujantes franceses son tiroteados en sus oficinas. Los yihadistas atacan a los musulmanes más que a cualquier otro, en particular para ponerles más difícil entablar una discusión honesta sobre cómo organizar su sociedad.

En tercer lugar, se ha extendido la idea de que las personas y los grupos tienen derecho a no ser ofendidos. Esto puede sonar inocuo: la educación es una virtud, después de todo, pero si yo tengo derecho a no ser ofendido eso significa que alguien debe controlar lo que dices sobre mí, o sobre las cosas que yo estimo, como mi grupo étnico, religión o incluso mis ideas políticas. Dado que la ofensa es subjetiva, el poder del que controla es tanto amplio como arbitrario.

No obstante, muchos estudiantes en América y Europa creen que alguien debería ejercerlo. Algunos se rinden ante el absolutismo de las políticas identitarias argumentando que los hombres no tienen derecho a hablar de feminismo o que los blancos no pueden hablar sobre la esclavitud. Otros han impedido a oradores reflexivos y bien conocidos como Condoleezza Rice y Ayaan Hirsi Ali que hablaran en la universidad (ver artículo).

La preocupación por las víctimas de la discriminación es loable. Y las protestas estudiantiles son, a menudo un acto de libertad de expresión en sí mismas, pero la universidad es un lugar donde los estudiantes debe, supuestamente, aprender a pensar. Esa misión es imposible si las ideas poco cómodas están prohibidas. Y las protestas pueden derivar fácilmente en el preciosismo: la universidad de California, por ejemplo, sugiere que es una "micro-agresión" racista decir que "América es una tierra de oportunidad", porque se podría considerar que implica que los que no tienen éxito sólo se pueden culpar a sí mismos.

La verdad incómoda

La intolerancia entre los liberales occidentales también tiene consecuencias completamente imprevistas. Incluso los déspotas saben que está mal visto encerrar a los disidentes bocazas pero no violentos. Casi todos los países tienen leyes que protegen la libertad de expresión, así que los gobiernos autoritarios están siempre buscando excusas de apariencia respetable para pisotearlas. La seguridad nacional es una de ellas. Rusia recientemente sentenció a Vadim Tyumentsev, un bloguero, a cinco años de prisión por promover el "extremismo", después de que criticara las políticas rusas en Ucrania. La "incitación al odio" es otra de ellas: China encierra a los partidarios de la independencia del Tibet por "incitar al odio étnico", Arabia Saudita azota a los blasfemos, los indios pueden ser encerrados en prisión durante tres años por promover la discordia de carácter religioso, raza, casta... o cualquier otro carácter cualquiera.

La amenaza a la libertad de expresión en las universidades occidentales es muy diferente de aquella a la que se enfrentan los ateos en Afganistán o los demócratas en China, pero cuando los intelectuales progresistas acuerdan que las palabras ofensivas deben ser censuradas eso ayuda a los regímenes autoritarios a justificar sus propias, aunque más duras, restricciones y a los grupos religiosos intolerantes su violencia. Cuando los defensores de los derechos humanos se quejan de lo que pasa bajo esos gobiernos opresores los déspotas señalan que las democracias liberales como Francia o España también criminalidad aquellos que "glorifican" o "defienden" el terrorismo, y que muchos países occidentales consideran un delito insultar una religión o incitar a la violencia racista.

Un dictador que ha sido capaz de usar a su conveniencia la hipocresía occidental es Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía. En su país no tolera insultos a su persona, religión o políticas. En el extranjero exige el mismo tratamiento, y en Alemania ha visto satisfechas sus demandas. En marzo un humorista alemán recitó un poema satírico sobre él "tirándose a cabras y oprimiendo minorías" (sólo los cargos más serios son ciertos). El señor Erdogan se acogió a una antigua y abandonada ley alemana que prohíbe insultar a jefes de estado extranjeros. Sorprendentemente la canciller alemana Angela Merkel ha permitido que el proceso judicial continúe. Aún más sorprendente es que nueve países europeos más aún tienen leyes similares, y 13 prohíben los insultos contra su propio jefe de estado.

Las encuestas revelan que en muchos países el apoyo a la libertad de expresión es tibio y condicional. Si las palabras generan enfado, la gente prefiere que el gobierno o alguna otra autoridad haga callar al que habla. Un grupo de países islámicos forman un lobby para conseguir que insultar a la religión sea un crimen según la legislación internacional. Tienen motivos para esperar tener éxito.

Por todo esto vale la pena señalar por qué la libertad de expresión es la piedra angular de todas las libertades. La libertad de expresión es la mejor defensa ante un mal gobierno. Los políticos que se equivocan (o sea, todos) deberían estar sometidos a la crítica sin restricciones. Aquellos que las oyen puede que las respondan, los que las silencian puede que nunca sepan cómo sus políticas salieron mal. Como la premio Nobel Amartya Sen ha señalado, ninguna democracia con libertad de prensa ha sido víctima de la hambruna jamás.

En todas las áreas de la vida el debate libre permite separar las buenas ideas de las malas. La ciencia no puede desarrollarse a menos que las viejas creencias sean puestas a prueba. Los tabúes son los enemigos del conocimiento. Cuando el gobierno chino ordena a los economistas ofrecer previsiones optimistas garantiza que sus propias políticas estén mal informadas. Cuando las facultades de ciencias sociales americanas contratan únicamente profesores de izquierdas sus investigaciones merecen ser tomadas menos en serio.

Las leyes contra la blasfemia son un anacronismo. La religion debería estar abierta a debate. Las leyes contra la incitación al odio son inevitablemente subjetivas y objeto de abuso. Prohibir palabras o argumentos que un grupo considera ofensivas no conduce a la armonía social; al contrario, le da a todo el mundo un incentivo para ofenderse -un hecho que los políticos oportunistas con apoyo étnico aprovechan rápidamente.

La incitación a la violencia debería ser prohibida. Sin embargo, debería ser bien definida de forma precisa como aquella en la que el orador pretende incitar a aquellos que están de acuerdo con él a cometer violencia, y cuando sus palabras tengan un probable efecto inmediato. Gritar "matemos a los judíos" a una multitud enfadada en el exterior de una sinagoga es un ejemplo válido. Publicar, estando borracho, "ojalá se murieran todos los judíos" en una escondida página de Facebook probablemente no lo sea. Decir algo ofensivo acerca de un grupo cuyos miembros, a continuación, inician disturbios violentos ciertamente no cuenta; hubieran debido contestar con palabras o simplemente ignorar al tonto que los ha insultado.

En países inestables como Ruanda o Burundi las palabras que incitan a la violencia diferirán de aquellas que lo harían en democracias estables, pero los principios son los mismos. La policía debería ocuparse de amenazas serias e inminentes, no arrestar a cada fanático con un portátil o un megáfono (los gobiernos de Ruanda y Burundi, por cierto, no muestran dicho autocontrol).

Areopagitica online

Facebook, Twitter y otros gigantes digitales deberían, como organizaciones privadas, ser libres de decidir qué permiten publicar en sus plataformas. Usando la misma lógica, una universidad privada debería tener libertad, hasta donde la ley lo permite, para implantar un código de expresión en sus estudiantes. Si no te gustan las normas de una universidad católica que prohíben las palabras malsonantes, la pornografía o expresar la no creencia en dios puedes ir a otro sitio cualquiera. Sin embargo cualquier universidad pública o cualquier universidad que aspire a ayudar a sus estudiantes a crecer intelectualmente debería tener como objetivo exponerlos a ideas retadoras. El mundo fuera del campus a menudo les ofenderá, deben aprender a responder usando protestas pacíficas, la retórica y la razón.

Estas son buenas reglas para cualquiera. Nunca intentar silenciar la visión con la que no estás de acuerdo. Contesta al discurso desagradable con más discurso. Gana la discusión sin recurrir a la fuerza. Y haz que tu piel sea más dura.